lunes, 27 de septiembre de 2010

Transformación

"El propio hecho de la observación altera al observador y a lo observado". Heisenberg

En el campo de la Psicología ha habido un gran descubrimiento. Se trata del poder curativo de la consciencia. Una capacidad que señala la gran influencia que en sí mismo tiene el puro darse cuenta. Por ejemplo, cuando somos capaces de “observar” de manera sostenida todos aquellos procesos de conducta que nos traen problemas, producimos transformaciones en el patrón observado que a su vez conllevan nuevas opciones y programas más óptimos de acción futura.

En realidad, se trata de lograr mantener la atención sobre aquellas ideas y mecanismos que nos originan tensión y dolor ya que de esta manera, afloramos y resolvemos las viejas heridas “tapadas”. Así, creamos una sabia y sanadora “distancia”. Una medida que, como terapia sutil, permite nuevas posibilidades en el sosiego del alma. Los grandes místicos y sanadores hindúes confirmaron este principio señalando que un conflicto “observado” es un conflicto resuelto. Y tal vez, desde la perspectiva científica de un Occidente prosaico y racional, uno se pregunte, ¿en qué se basa este axioma?.

Una respuesta a esta pregunta la ofrece la Física Cuántica al afirmar que el sujeto observador, mediante el acto de la simple observación, altera el objeto observado. Cuando, por ejemplo, se “observa” una partícula subatómica sucede que, automáticamente, ésta se ve afectada en su carga y en su órbita por la influencia de dicha observación. Evidentemente, el único contacto que ha existido en este hecho modificador ha sido el campo de consciencia desencadenado con la acción de observar. Y en realidad, observar, en términos de la propia persona, es tan sólo darse cuenta. Un hecho que nada tiene que ver con el pensamiento y sus elucubraciones, sino más bien con el acto instantáneo y neutral de atestiguar lo que pasa.

Cuando uno deviene espectador consciente de sí mismo y logra darse cuenta de sus propias máscaras, cuando indaga en sus reacciones y el modo en que su mente interpreta las cosas, si se da cuenta de la verdadera raíz de aquello que le duele y le inquieta, si pone atención en las justificaciones y autoengaños que su mente maneja, cuando observa los miedos soterrados y los anhelos que su corazón guarda, estará transformando el programa mental que los sustenta. Sucederá que las conductas automáticas se tornarán voluntarias y lo que antes le dolía y frustraba, ahora fluirá con calma.

Y, si además de devenir consciente de los procesos mentales, devenimos conscientes de que somos seres libres, habitantes del Universo, capaces de elegir las opciones que nos convengan y que, cada día, captamos mejor los aspectos más sutiles de las personas, estará naciendo al Testigo, a su verdadera identidad que todo lo observa. Un estado de conciencia análogo al de un espectador que no se identifica con los escenarios, tanto físicos como mentales, en los que se desarrolla su obra. El Testigo es la identidad Real del ser humano, una apertura, un claro Vacío y neutral, absoluto y supramental que, como cielo azul, vive inmutable mas allá de las nubes del pensamiento que, en cada instante, cambian de forma.

Saberse testigo de nuestra pequeña identidad personal y reconocerse como observador de la máscara que uno representa, permite vivirse en todas las opciones que nuestra diversidad demanda. Cuando lo inconsciente deviene consciente por el mágico poder del darse cuenta, todo tiene más sentido y se disfruta de la propia independencia. El viaje más importante de la vida: la gran aventura de la consciencia.

José María Doria, de su libro "Inteligencia del Alma"

sábado, 25 de septiembre de 2010

Fuera Juicios, Emociones y Expectativas

Este es un artículo de Georgina, amiga, Maestra y practicante de un Un Curso de Milagros® ¡Gracias Geo por compar tu camino con "Vivir en Presencia"!

En ninguna etapa de nuestra vida nos fue enseñado cómo hacer frente a nuestros conflictos, cómo relacionarnos amorosa y compasivamente con otras personas y, menos aún cómo sentirnos seguros en un mundo aparentemente inseguro y agresivo. (Susan Trout)

En la mayoría de las casos, y sin generalizar, durante nuestro proceso educativo sociocultural, a la mayoría de las personas durante la etapa infantil, que es en la que se forman los conceptos y actitudes que en la etapa adulta nos conforman y se manifiestan, no nos enseñaron cómo observar, mantener y cuidar nuestra mente, y pareciese que sabemos más sobre cómo abusar de ella, experimentando así en nuestras vidas y en nuestros cuerpos obstáculos que nuestra mente fabrica a través de un sistema de pensamiento erróneo, basado en la idea del pecado que nos genera culpa que nos hace introducirnos en la idea de un castigo esperado, negándonos con ello la paz y la felicidad.

A través de estos años de desarrollo emocional fuimos construyendo expectativas en base al pasado y en base a este pasado hacemos juicios en el presente, nos enjuiciamos permanentemente a nosotros mismos y como una proyección natural de esto hacemos juicios sobre las personas que nos acompañan, y ni siquiera nos damos cuenta de ello.

¿Nos hemos preguntado alguna vez por qué nos enjuiciamos y enjuiciamos a todos y todo? ¿Cual es la causa real de que una determinada persona nos haga sentir tristes o contentos o, simplemente nos caiga bien o mal? ¿Qué ocasionó que a la persona que creíamos amar en el pasado ahora en este presente nos sea casi imposible soportarla? ¿Por que recurrimos casi al sacrificio por agradar a las personas con las que convivimos pero sin agradarnos a nosotros mismos en algunas ocasiones? ¿Por qué buscamos en el exterior la aprobación que nosotros mismos no podemos otorgarnos? ¿Qué es lo que nos detiene para ser realmente felices y unirnos a la voluntad de Dios?

Las respuestas a estas preguntas estarán apoyadas en nuestro especial sistema de pensamiento que hemos formado y desarrollado a través del tiempo, un sistema basado en falsos conceptos de pecado, culpa y castigo, incapacidad de experimentar el Cielo de Dios que nos sume en el infierno del ego, uno en el que todo lo tenemos apoyado en el pasado sin poder vivir el presente que es lo único importante, el aquí y ahora, un mundo en el que “vemos y creemos” pero no observamos y conocemos.

La decisión de juzgar en vez de conocer es lo que nos hace perder la paz. Juzgar es el proceso en el que se basa la percep­ción, pero no el conocimiento... Los juicios siempre entrañan rechazo. Nunca ponen de relieve solamente los aspectos positivos de lo que juzgan, ya sea en ti o en otros. Lo que se ha percibido y se ha rechazado, o lo que se ha juzgado y se ha determinado que es imperfecto permanece en tu mente porque ha sido percibido. Una de las ilusiones de las que adoleces es la creencia de que los juicios que emites no tienen ningún efecto. Esto no puede ser verdad a menos que también creas que aquello contra lo que has juzgado no existe. Obvia­mente no crees esto, pues, de lo contrario, no lo habrías juzgado. En última instancia, no importa si tus juicios son acertados o no, pues, en cualquier caso, estás depositando tu fe en lo irreal. Esto es inevitable, independientemente del tipo de juicio de que se trate, ya que juzgar implica que abrigas la creencia de que la realidad está a tu disposición para que puedas seleccionar de ella lo que mejor te parezca. (T.3.VI.2)

No nos damos cuenta de nuestros juicios porque vemos todo fuera de nosotros. Si empezamos a auto observarnos podremos encontrar que todo está en nuestro interior, nos conoceremos de forma tal que podremos ahora distinguir con claridad los juicios que permanentemente hacemos. Y tal vez lo más importante no es dejar de hacer estos juicios, pero sí de observar que los hacemos y poder desde ahí empezar a modificar e incrementar nuestra energía al poder aceptarnos sin tratar de modificar lo de afuera, modificando solo nuestro sistema de pensamiento y descubriendo que, como se plantea en Un Curso de Milagros®, afuera no hay nada que nos pueda causar placer o dolor, esto está solo en nuestras mentes y esa es exactamente una decisión personal. Cuando nos hacemos cargo de nosotros mismos empezamos a experimentar una profunda paz, y podemos hacer frente a los problemas que se nos presenten con una mayor claridad, y por lo mismo ofreciéndonos mejores soluciones.

Georgina Arteaga-Carlebach

Para reflexionar y disfrutar

Cuando me amé de verdad...

Cuando me amé de verdad, comprendí que en cualquier circunstancia, yo estaba en el lugar correcto y en el momento preciso. Y, entonces, pude relajarme. Hoy sé que eso tiene nombre… autoestima.

Cuando me amé de verdad, pude percibir que mi angustia y mi sufrimiento emocional, no son sino señales de que voy contra mis propias verdades. Hoy sé que eso es… autenticidad.

Cuando me amé de verdad, dejé de desear que mi vida fuera diferente, y comencé a ver que todo lo que acontece contribuye a mi crecimiento. Hoy sé que eso se llama… madurez.

Cuando me amé de verdad, comencé a comprender por qué es ofensivo tratar de forzar una situación o a una persona, solo para alcanzar aquello que deseo, aún sabiendo que no es el momento o que la persona (tal vez yo mismo) no está preparada. Hoy sé que el nombre de eso es… respeto.

Cuando me amé de verdad, comencé a librarme de todo lo que no fuese saludable: personas y situaciones, todo y cualquier cosa que me empujara hacia abajo. Al principio, mi razón llamó egoísmo a esa actitud. Hoy sé que se llama… amor hacia uno mismo.

Cuando me amé de verdad, dejé de preocuparme por no tener tiempo libre y desistí de hacer grandes planes, abandoné los mega-proyectos de futuro. Hoy hago lo que encuentro correcto, lo que me gusta, cuando quiero y a mi propio ritmo. Hoy sé, que eso es… simplicidad.

Cuando me amé de verdad, desistí de querer tener siempre la razón y, con eso, erré muchas menos veces. Así descubrí la… humildad.

Cuando me amé de verdad, desistí de quedar reviviendo el pasado y de preocuparme por el futuro. Ahora, me mantengo en el presente, que es donde la vida acontece. Hoy vivo un día a la vez. Y eso se llama… plenitud.

Cuando me amé de verdad, comprendí que mi mente puede atormentarme y decepcionarme. Pero cuando yo la coloco al servicio de mi corazón, es una valiosa aliada. Y esto es… saber vivir!
No debemos tener miedo de cuestionarnos… Hasta los planetas chocan y del caos nacen las estrellas.

Charles Chaplin
----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

De Anthony de Mello

Disfrutar cada instante

Un hombre se acercó a un anciano y le dijo:“Me han dicho que tú eres sabio… Por favor, dime qué cosas puede hacer un sabio que no están al alcance de las demás personas.”

El anciano le contestó: “Cuando como, simplemente como; duermo cuando estoy durmiendo, y cuando hablo contigo, sólo hablo contigo.”

“Pero eso también lo puedo hacer yo y no por eso soy sabio”, le contestó el hombre, sorprendido.

“Yo no lo creo así”, le replicó el anciano. “Pues cuando duermes, recuerdas los problemas que tuviste durante el día o imaginas los que puedes tener al levantarte. Cuando comes, estás planeando lo que vas a hacer más tarde. Y mientras hablas conmigo piensas qué vas a preguntarme o cómo vas a responderme, antes de que yo termine de hablar.”

El secreto es estar consciente de lo que hacemos en el momento presente y así disfrutar cada instante del milagro de la vida.

Imbecilidad

Cuando se le preguntaba por su iluminación, el Maestro siempre se mostraba reservado, aunque los discípulos intentaban por todos los medios hacerle hablar. Todo lo que sabían al respecto era lo que en cierta ocasión dijo el Maestro a su hijo más joven, el cual quería saber cómo se había sentido su padre cuando obtuvo la iluminación. La respuesta fue: "Como un imbécil".

Cuando el muchacho quiso saber por que, el Maestro le respondió: Bueno, veras..., fue algo así como hacer grandes esfuerzos por penetrar en una casa escalando un muro y rompiendo una ventana... y darse cuenta después de que estaba abierta la puerta.

Silencio

En ocasiones los ruidosos visitantes ocasionaban un verdadero alboroto que acababa con el silencio del monasterio. Aquello molestaba bastante a los discípulos; no así al Maestro, que parecía estar tan contento con el ruido como con el silencio. Un día, ante las protestas de los discípulos, les dijo: El silencio no es la ausencia de sonido, sino la ausencia de ego.

Presencia

¿Dónde debo buscar la iluminación?
Aquí.
¿Y cuándo tendrá lugar?
Está teniendo lugar ahora mismo.
Entonces, ¿por qué no la siento?
Porque no miras.
¿Y en que debo fijarme?
En nada. Simplemente mira.
Mirar ¿qué?
Cualquier cosa en la que se posen tus ojos.
¿Y debo mirar de alguna manera especial?
No. Bastará con que mires normalmente.
Pero ¿es que no miro siempre normalmente?
No.
¿Por qué demonios...?
Porque para mirar tienes que estar aquí, y casi siempre no lo estás.

sábado, 4 de septiembre de 2010

No soy yo, eres tú

Hay una pregunta que siempre queda sin respuesta y esta pregunta es: ¿quién soy? El ego, tal como lo veo, es la parte de nuestra mente que trata constantemente de contestarnos esa pregunta. Para poder darnos una respuesta, el ego va recolectando una cantidad enorme de datos a través de todas las experiencias de nuestra vida y así se crea una estructura que va creciendo y aprendiendo en nosotros y a través de la cual, interactuamos como un individuo en esta realidad.

Para poder interactuar en esta realidad el ego es imprescindible. Si vamos al banco a hacer una transacción de dinero, es importante que poder decir que soy Pedro Pérez y que el número de cuenta es la 84321. Para vivir en esta realidad, tenemos consciencia de nuestro cuerpo, del país donde vivimos, dirección, familia, profesión, trabajo, amigos, gustos y preferencias, normas sociales y culturales, las leyes, y así muchos aspectos más. El ego le da estructura a toda esta información y nos define como seres individuales.

Hasta aquí todo va relativamente bien, entonces, ¿cuál es el problema con el ego? Uno de los problemas es que el ego se desarrolla a través de la interpretación de las circunstancias que nos rodean. Y esa interpretación se basa, sobre todo, en la misma interpretación que hacen y por lo tanto aprendemos, de las otras personas en nuestro mundo, llámense padres, familia, maestros, amigos, sociedad. En este sentido, el ego se forma en base a lo que dicen y hacen otros egos. Y de esa manera es que el ego pretende responder a la pregunta de ¿quién soy? Y le creemos, identificándonos completamente con la imagen que ha fabricado.

El ego deduce rápidamente que esta es una realidad dual y polarizada, que todo está clasificado en bueno-malo, y, para que ser aceptado y puedernos relacionar con otras personas (otros egos) comenzará a aceptar como lo que somos, lo que las circunstancias y los otros egos, juzguen como "positivo" y descartará, esconderá y negará, todo lo que considere como "negativo". De esta manera el ego esconde todos los aspectos o cualidades que considera negativas o destructivas y dice que no somos eso, que eso no está en nosotros.

Para poder decirnos lo que somos, el ego utiliza el mecanismo de la separación, creando un muro firme que nos diferencia de lo que él considera que no somos. Pero somos mucho más de lo que el ego puede creer en cualquier momento de nuestra vida, y esta realidad en la que estamos es solo un ínfimo espectro de la gran realidad de la creación. Somos seres espirituales, multidimensionales, un espíritu viviendo en esta realidad, somos chispas de Dios. Pero cualquier cosa que el ego no pueda medir, clasificar, razonar, darle un sentido acorde a esta realidad, lo sacará inmediatamente de nosotros y dirá: esto no soy yo, esto está fuera de mí, esto es peligroso.

Una vez que entendemos cómo opera el ego para separarnos de nuestra esencia, es posible comenzar a cambiar y a expandirnos, integrando esta parte de nosotros a la totalidad que somos.

Negación y Proyección

Hace muchos años, "Un Curso en Milagros" me mostró cómo funcionan dos mecanismos básicos y neuróticos del ego. El curso no inventó los términos negación y proyección, se los debemos en realidad a Freud, pero me ayudó a entenderlos.

Aunque no estemos conscientes nos sentimos abrumados por el miedo y el terror, sintiéndonos culpables por no ser buenos y esperando un castigo por ello. Tratamos de esconder en todo momento eso que no queremos que los demás vean en nosotros y que nosotros mismos no queremos ver y quizás así seamos aceptados en lugar de ser castigados con el desamor y la soledad. Nuestro ego, para podernos definir como personas buenas y ser aceptadas y amadas, alimenta todo ese resentimiento en nosotros una y otra vez. Los mecanismos más comunes que utiliza son la negación y la proyección.

Cuando nos sentimos presa del terror y el miedo y sintiéndonos muy mal, aunque no seamos conscientes de ello, ¿a quién recurrimos por ayuda? Recurrimos a esa parte nuestra que es nuestra identidad y le pedimos ayuda. Esa parte nuestra no es más que el ego mismo. Y el ego, que está siempre dispuesto a ayudarnos lo hace muy bien. Lo primero que el ego hace es que nos dice que todo ese miedo, terror y culpa que sentimos no existe, que no es parte de lo que nosotros somos, que no está ahí. Nos dice es que no nos preocupemos porque no estamos sintiendo ni miedo, ni terror, ni culpa. Eso es la negación y créeme que funciona a las mil maravillas.

A través de la negación las personas se pasan horas y horas frente a la TV, el computador, trabajando. Otros se drogan o emborrachan, estudian, leen, investigan, compran, ayudan a los demás, cualquier cosa que nos mantenga muy ocupados y nos ayude a desconectarnos de lo que estamos sintiendo. Hay mil formas de evasión que utilizamos para decirnos a nosotros mismos: esto desagradable que estoy sintiendo no está en mi, no existe.

Lo que sucede con la negación es que es un mecanismo débil y, aunque al principio da resultado, no podemos negar por mucho tiempo algo que sentimos y que está allí. Así que el ego necesita otra herramienta más astuta y también la utiliza. Y entonces lo que el ego nos dice es que eso que estoy sintiendo, no está en realidad dentro de mi, sino que está en alguna cosa o persona fuera. Es decir, toma algo que está nosotros y nos dice que no está en mi interior sino que está en el exterior. Eso es la proyección.

Por medio de la proyección tomamos el resentimiento, odio y culpa en nosotros y lo proyectamos hacia afuera y al verlo afuera decimos que no nos pertenece. Así nos decimos que no somos culpables, que nunca nos hemos traicionado, y consideramos que no somos responsable por nuestra infelicidad, tristeza, escasez, dolor sino que otros o algo externo lo es. Todas esas cualidades y emociones que sentimos pero que no queremos ver en nosotros y que por lo general son las que hemos calificado como negativas, las lanzamos al exterior y se las adjudicamos a alguien o algo en nuestro entorno.

Por medio de la negación y la proyección, vivimos una vida llena de miedo, pero decimos "el miedo no está en mí, sino en ti". Vivimos una vida llena de agresión, pero decimos "yo no soy agresivo, el agresivo eres tú". Vivimos una vida sin amor pero decimos "yo soy amoroso, el que no eres amoroso eres tú". Tomamos esa gran lista de aspectos negativos y lo colocamos en el exterior. Y por supuesto, después que colocamos todo lo negativo en el otro, lo que queremos hacer es alejarnos del otro. Y nos separarnos física, emocional o mentalmente de esa persona, situación o cosa sobre la que hemos proyectado lo que en realidad es parte de nosotros.

El ataque y la supervivencia del ego

La existencia del ego depende de lo separados que nos sintamos, de Dios, de nosotros mismos y de los demás. Por este motivo, negar toda nuestra oscuridad y proyectarla a otros y luego separarnos del otro, es un mecanismo muy inteligente que utiliza el ego para mantenernos estancados.

Al ego le encanta la culpa, si nos sentimos culpables es porque consideramos que algo que hicimos, merece un castigo. Para librarme del miedo de ser castigado, nada mejor que decir que no es mi culpa y proyectarla afuera. Pero el hecho de proyectar la culpa en otros, aunque aparentemente me libera a mí de todo ese miedo, en realidad lo está reforzando, porque me confirma una y otra vez que vivimos en un mundo peligroso y agresivo, que hay cosas horribles que hacemos y que merecen castigo y que no tengo poder sobre eso.

El ego nos dice, esta culpa que sientes no está en ti, está en el otro (o en una situación o cosa). Una vez que coloca la culpa en otro, obviamente el otro es un ser con cualidades muy negativas del cual me tengo que separar. Para separarme, lo ataco. Pero resulta que cualquier ataque a otro, seamos o no conscientes de ello, nos genera más culpa. Parece ser que sicológicamente, al hacer daño o atacar a otros, nos sentimos culpables a niveles profundos. Cuando atacamos a alguien ya sea física, emocional o sicológicamente sentimos que nuevamente somos malos y por lo tanto aparecerá la culpa y el miedo al castigo. Y nos preparamos para defendernos contra el castigo (el ataque), que el otro ego a su vez mandará contra nosotros. La guerra no termina y nos seguimos separando.

Como comenzar a sanar

Todo viaje comienza con un paso. Adopta una posición de observador en cada día de tu vida, irás encontrando y descubriendo cómo utilizas, sin darte cuenta, la negación, proyección, ataque y defensa. Ese es el primer paso: darte cuenta que el mecanismo está operando en ti.

Poco a poco comienza a intentar pequeños cambios en el mecanismo, y cuando sientas que es el momento, conscientemente, no uses la negación. No niegues y acepta lo que estás sintiendo tal como es, hazte dueño de lo que sientes. Abraza lo que sea que estés sintiendo y observa qué sucede en tu interior si no usas la negación. Observa que pasa en tus relaciones con los demás cuando no usas la negación.

Luego date el permiso, conscientemente, de no usar la proyección, asume que lo que sucede está en ti y es parte de tu presente, tu ahora, tu responsabilidad. Observa cómo te sientes y que pasa a tu alrededor cuando dejas de proyectar, como te ves a ti mismo y al mundo.

No te presiones, ve poco a poco y siéntete seguro con cada paso que des. Vas a comenzar a ver cambios asombrosos en la manera en que te ves a ti mismo y al mundo. De pronto hay una sutil y poderosa sensación de empoderamiento en ti, te estás haciendo dueño de tu vida y tu mundo, estás más auténticamente presente. Y este impulso irá en aumento y serás más consciente y observarás más y más oportunidades para no negar, no proyectar, no atacar. Con cada paso, más y más plenitud, seguridad y confianza se irá desplegando en tu ser. Lo que realmente eres ha comenzado a expresarse.

Verónica Hernández Simeonoff.
© Todos los derechos reservados, Septiembre del 2010

Sobre la Presencia

La sufusión de la presencia a través de la totalidad y de la esencia
de todo cuanto existe es exquisita en su suavidad, y su tacto,
es como de algo que se derrite.
El yo interior es su verdadero núcleo.
En el mundo ordinario, sólo se puede tocar la superficie de las cosas,
pero en la Presencia, la esencia más profunda de cualquier cosa
se halla entremezclada con la de todas las demás cosas.
Este tacto, que es la Mano de Dios en su tierna suavidad,
es al mismo tiempo una expresión y la morada del poder infinito.
En su contacto con la esencia interior de todo,
uno es consciente de que la Presencia está siendo sentida
por todas las demás cosas, objetos o personas.
El poder de su suavidad es ilimitado, y dado que es total y omnipresente,
es imposible oposición alguna.
Impregna “todo lo que es”, y de su poder surge la propia existencia,
que es al mismo tiempo creada y sustentada por el poder.
Este poder es una cualidad intrínseca de la Presencia
y su presencia es la esencia de la propia existencia.
Está presente en todos los objetos.
Cada hoja sabe cómo está siendo experimentada por todo lo demás y
comparte el gozo de la divina Presencia.
Todo se halla en un estado de silencioso regocijo,
por cuanto su consciencia es una experiencia de la Divinidad.
Una peculiaridad de todo cuanto existe es la de una serena gratitud,
siempre presente, por habérsele concedido el don
de experimentar la presencia de Dios.
Esta gratitud es la forma en la cual se expresa la adoración.
Todo lo que es creado y tiene existencia comparte el reflejo de la gloria de Dios.

Libro “El Ojo del Yo” por David R. Hawkins

jueves, 2 de septiembre de 2010

Reflexión

Estamos condicionados a buscar en el mundo la fuente de nuestra satisfacción. Y cuando las cosas no salen como queremos, intentamos encontrar alguien o algo a quien culpar.

El intento de controlar es tratar de hacer que la vida funcione. Pero la vida ya funciona. Colocar la culpa fuera de nosotros es un intento mal guiado para recuperar una sensación de control.

El hecho es que nunca estamos al control. Nunca hemos tenido ningún control que podamos perder. No tenemos el control de nada fuera de nosotros mismos. La vida siempre ha venido sucediendo de acuerdo con sus propias reglas, no con las nuestras. Cuando entramos a cooperar completamente con la vida, puede parecer que estamos al control, pero en realidad estamos flyuendo armoniosamente con la vida.

- John-Roger con Paul Kaye
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...