He aprendido que todo el mundo quiere vivir en la cima de la montaña, sin saber que la verdadera felicidad esta en la forma de subir la escarpada.
Gabriel García Márquez
Nuestra mente lineal se marca objetivos para tener un rumbo y no despistarse en tiempos de tormenta. Una meta sucede a otra mientras el Universo pone en juego recursos que a nuestra voluntad apoyan. Sin embargo, una vez llegados a la cima de la montaña, no tardamos en escudriñar el horizonte tras sentir una fuerza interna que demanda seguir la marcha. Una fuerza por la que comenzamos a mirar otra montaña, a veces más alta y escarpada.
“Veo una meta, la alcanzo, veo otra meta”, dice Sagitario apuntando con su arco, dispuesto a lanzar otra flecha. Cada objetivo es un pretexto para que nuestra mente concrete y movilice partes insospechadas. Al parecer, el ser humano goza optimizando capacidades que su peculiar diseño “trae de fábrica”. Cada cima es un cliché que activa la sensación de ir hacia alguna parte y así, evitar la confusión ante los vientos y las mareas. En realidad, los objetivos y las metas son los grandes pretextos que una parte de nosotros requiere para afirmar sus propósitos en el tipo de vida por el que opta.
Cada ser humano, mientras sube y baja de las muchas cimas de la vida, busca la felicidad que se supone encontrará en cada llegada. Sin embargo, si uno se detiene y se pregunta, ¿qué es la felicidad?, tal vez sepa que ésta es una, pero la manera de encontrarla es realmente variada. Cada persona modela la forma que tiene su cima anhelada. Y esa víspera gozosa de logro amortigua los efectos dolorosos de las tormentas de montaña. Habrá personas para quienes la cima será construir la casa de sus sueños, amplitud, jardines, vistas amplias. Sin embargo, a menudo, lo que en realidad quieren es un lienzo en el que hoy se planta y mañana se adorna, una base sobre la que crear lo que nunca acaba. En realidad, saben que el goce está en el construir, más que en la obra construida.
Otras personas centrarán su cima en el hecho de viajar a diferentes culturas y cuestionar otros puntos de vista. Y en realidad, lo que a menudo desean, es el viaje hacia dentro que los conecte con la paz de la esencia. Algo que puede suceder mientras descubren otras culturas y parlotean en otros idiomas. En realidad, saben que el goce está en el acción de descubrir, no en la cosa ya descubierta.
Para otras personas, la cima será crear, expresar su visión en la familia, en los negocios, en la política o en papeles de fama y riqueza. Pero unos y otros saben que el gozo está de nuevo, en el proceso de llegada, en el cada paso recorrido para finalizar la obra. Otras personas pondrán sus metas en ver crecer a sus hijos, acompañarles en la construcción de sus propias gafas, contemplar la llegada de los nietos y entregarse al ocaso, mientras llega cada nueva alba. Finamente, uno realiza que el goce está en el abrazar, no en lo abrazado, y en el crear vida, no en lo vida creada.
Hay personas que consideran la cima de su montaña como el logro de vivirse en una mente sosegada. Un estado de consciencia desde el que fluir como fluye el río dejando que el océano nos encuentre, mientras damos de beber, lavamos las heridas y regamos los árboles y facilitamos cosechas. Un flujo más allá del tiempo en el que a nuestro paso refrescamos a los que parecen tener la lengua y el alma seca. Una mente sosegada para vivir en paz, tanto en los claros como en la oscuridad de las tormentas. Una mente sosegada para ver más allá de las los valles y de las cimas. Una mente sosegada para atestiguar con ecuanimidad el vaivén de todos los opuestos de la existencia.
José María Doria, de su libro "Inteligencia del Alma"
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