martes, 18 de noviembre de 2014

El Ciclista

El día de la carrera, él esperaba con los otros y sintió que la vida lo esperaba en las colinas. No sabía muy bien por qué, pero estaba a punto de ocurrir una bendición. 

Cuando pasó el estruendo del disparo de salida, pudo escuchar la respiración de los demás corredores: eran como caballos jóvenes en la mañana. Había entrenado durante meses, subiendo y bajando por las colinas, reduciendo segundos a su tiempo al ir ligero e inclinarse en las curvas. Sus piernas eran puro músculo. Solía decir: “Desde mi punto de vista, esto es lo más cercano al vuelo.”

En la segunda colina, el pelotón se hizo más delgado y él pedaleaba cerca de los primeros lugares. Cruzaban el territorio como arcos de luz que circulaban por las venas del mundo. Ahora estaba a la cabeza. Conforme avanzaba en dirección a los humedales e iba ganado tiempo; entonces lo adelantó una gran garza azul. Sus enormes e intemporales alas estaban desplegadas justo frente a su manubrio.

La sombra del ave lo cubrió y daba la impresión de brindarle acceso a algo que él había estado persiguiendo. Los demás competidores se acercaban, pero él se detuvo sin más y se quedó ahí, con la bicicleta entre las piernas al tiempo que miraba el acceso que la gran garza azul le había abierto al volar por el cielo.

A lo largo de los siguientes años, la gente le preguntaba:“¿Qué impidió que ganaras la carrera?” Estuviera donde estuviera, él siempre miraba al sur y, de vez en cuando, respondía: “No perdí la carrera: la dejé".

Mark Nepo, de su libro "Tan lejos como tu corazón puede ver"

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