Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora”. Eclesiastés
En lo profundo de nuestro ser, hay un sentimiento, una sensación, de que vivir en el aquí y el ahora, en presencia, constituye un paso imprescindible en nuestro camino de crecimiento como humanos divinos. A medida que crecemos en consciencia y vamos viviendo más y más momentos de plenitud en el presente, una voz interior nos susurra “si, si, si… ¡esto es!” y al mismo tiempo miles de pensamientos gritan razones sobre lo inadecuado, poco práctico y absurdo de esta idea. Ya sabemos que todos esos pensamientos provienen de la estructura del ego, que vita el presente a toda costa y nos mantiene danzando entre el pasado y el futuro. Sin embargo, no hay duda que el ego tiene su peso y frena constantemente nuestra práctica de vivir el aquí y el ahora. Todos lidiamos con eso.
Una de los razonamientos en contra de vivir el presente que muy a menudo escucho, y que yo misma sostenía, es la resistencia a dejar ir el futuro. Sentimos que vivir en el presente, aquí y ahora, nos arrebata nuestros sueños, nuestros planes, nos deja en una especie de nada aburrida, en la que simplemente estamos como paralizados en el momento actual, sin pasado ni futuro. Podemos reconocer con cierta facilidad que dejar ir el pasado es muy positivo y valioso y estamos dispuestos a trabajar fuerte en eso, sobre todo si se trata de eventos dolorosos, patrones y dramas de nuestra historia pasada, pero, ¿dejar ir también nuestros sueños futuros? Si no tengo planes, si no deseo ser mejor mañana, si no trabajo hoy para tener una vida mejor ¿dónde se queda mi vida? ¿Qué hago con mis ganas de progresar, de mejorar, de sanar, qué hago con todos estos proyectos que quiero ver materializados? Todo eso está en el futuro, ¿cómo tendré un futuro mejor si no tengo pensamientos sobre mi futuro y debo dejarlos ir?
Si nos ponemos a pensar, estamos condicionados desde pequeños para perseguir el futuro, que por cierto, siempre parece estar más adelante sin importar lo muchos que hagamos. Nuestro mundo lineal y material nos ha enseñado hasta la saciedad a ir detrás de una cosa y luego de otra y luego de otra. Siempre estamos persiguiendo una “felicidad” que está más adelante, cuando me gradúe, cuando consiga el trabajo que quiero, cuando encuentre mi pareja ideal, cuando sane, cuando me mude, cuando tenga el dinero suficiente, cuando me case, cuando el gobierno cambie, cuando gane la medalla, cuando mis hijos terminen la universidad, cuando me jubile, cuando me conecte con mi yo superior, cuando me ilumine, cuando, cuando… Una inmensa cantidad de la energía de nuestra vida hoy se dedica a pensar en un mágico momento del futuro cuando se de cierta condición que nos hará más plenos y felices. Dejar ir ese condicionamiento, puede ser como perder el sentido de la vida, perder el piso por donde caminamos. Puede ser aterrador.
Sin embargo, la buena noticia es que cuando comenzamos a vivir más y más el momento presente, sucede todo lo contrario. Toda ese energía que destinábamos a millones de pensamientos sobre el futuro (incluidos el miedo y la preocupacón), de pronto se vuelve accesible para ser utilizada hoy, en este momento, y eso transforma nuestra experiencia del ahora en un vórtice de creación consciente muy poderoso. Ese impulso sí que nos lleva hacia nuestros sueños, momento tras momento. Es en el momento presente que podemos hacernos uno con la vida. A la vida le encanta apoyarnos y se enciende la luz verde en el universo para conspirar a nuestro favor y que seamos lo que en realidad somos, seres plenos, saludables y abundantes en todos los sentidos.
La madre naturaleza es una gran maestra del presente. Si paseas por un bosque lo verás lleno de vida, de creación, de movimiento y, sin embargo, cada planta, cada animal, cada organismo del bosque, no está dedicando ni un solo segundo a pensar que es lo que hará o será mañana, ni la semana próxima o el mes que viene. Cada ser en la naturaleza está completamente absorto en ser lo que es brindando el máximo de potencial en cada segundo y la magia de la vida sucede y se despliega.
¿Es que entonces debemos dejar de hacer planes? ¿No está bien desear mejorar, tener sueños, ambiciones y esforzarse para lograrlos? ¡Claro que si! Dentro de nosotros está la energía de la creación, el impulso de lograr un mayor potencial y esa energía se amplifica y despliega sin dificultad cuando vivimos en el presente. No hay contradicción. Si lo que el momento presente requiere es imaginar, saborear, sentir y darle forma nuestros sueños futuros, lo haremos en ese momento. Si lo que el momento presente requiere es planificar y analizar cuál es la mejor manera para llegar a nuestro destino, lo haremos en ese momento. Todo lo que se necesite hacer será hecho en el momento presente, dedicando toda nuestra energía y capacidad actual a hacer lo mejor que tenemos que hacer hoy.
El ejemplo más sencillo lo vemos al ir a visitar a un amigo en otra ciudad. Tenemos el deseo de ver a nuestro amigo, abrazarlo y pasar un día juntos, tenemos un sueño, lo imaginamos en nuestra mente y sentimos alegría y entusiasmos. Luego necesitamos saber dónde estamos y a dónde vamos, planificamos el camino que tomaremos, la hora del viaje y cualquier otro detalle de importancia. Y emprendemos el viaje, viviendo el viaje en cada kilómetro de la carretera, que es lo único que nos pide el momento. Sabemos dónde estamos y a dónde vamos, pero viajamos en el ahora, sintonizados con el flujo de la vida en cada momento. El mayor potencial para un buen viaje reside en que vivamos completa y totalmente cada momento del presente.
No nos quedaremos sin sueños, sin mejorar, ni nos hundiremos en el aburrimiento. Sin embargo, lo que si irá disminuyendo con nuestra presencia es la pérdida de energía que supone preocuparnos, tener miedo al futuro y la ansiedad al pensar que estaremos completos y felices si logramos tener o ser “algo” que ahora no tenemos ni somos. Ya nos sabemos completos y sentimos la energía de la vida en nosotros. El momento presente es completo y total tal como es.
Desde mi Presencia a tu Presencia, que son una y la misma, en amor,
Vero
Verónica Hernández Simeonoff.
© Todos los derechos reservados, Mayo del 2010.
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