Aquel al que denominamos sabio sabe que cualquier cosa que aflora constituye el perfecto despliegue de la totalidad en la Conciencia; y resulta totalmente irrelevante qué particular evento sucede en qué determinado personaje del sueño. El despertar no confiere una inmunidad especial al organismo cuerpo/mente del sabio. La Comprensión no es una vacuna ni contra el Alzheimer ni contra ninguna otra cosa.
Pero alguien que tenga Alzheimer no estará en sus cabales la mayor parte del tiempo.
Es seguro que no será un personaje muy presentable. Inquietará mucho a quienes precisan de seres perfectos a los que admirar, o a los que fantasean con una vida iluminada libre de dolencias; o a aquellos que han absorbido algunas de esas ideas Nueva Era acerca de que la causa de las enfermedades es uno mismo.
Pero si el despertar ha ocurrido de veras y ha desaparecido por completo el sentido de yo separado, y entonces el organismo cuerpo/mente sucumbe a una enfermedad orgánica, no puedes dar marcha atrás y afirmar retroactivamente que, después de todo, el despertar no ocurrió. Sí ocurrió. Después ocurrió la enfermedad. La vida es así. Es un revoltijo. Lo incluye todo.
Parece que eso aporta mucha confusión, al menos potencialmente.
La confusión ya está ahí. ¿Qué tiene de «malo» la confusión? Una vez más, es parte del funcionamiento global. En la dualidad no puede haber luz sin oscuridad, arriba sin abajo, belleza sin fealdad, claridad sin confusión. Es un error declarar la guerra a la confusión y tratar de eliminarla completamente.
¿Recuerdas lo que le dijo Maharaj a alguien que quería salir del sueño?:
Tu problema no es el sueño. Tu problema es que te gustan unas partes del sueño y otras no.
Tratar de eliminar las partes del sueño que no te gustan te mantendrá ocupado, pero también te mantendrá frustrado: eso nunca tendrá éxito, ya que la manifestación es inherentemente dualística.
Despertar es ver Lo Que Es y aceptarlo en su totalidad, es aceptar todo el revoltijo en su conjunto. No tiene que gustarte necesariamente, pero es Lo Que Es.
David Carse (de su libro Perfecta Brilante Quietud)
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