Dormía y soñaba que la vida no era más que alegría. Desperté y vi que la vida no era más que servir. Serví y vi que servir era la alegría. - Rabindranath Tagore.
¿Existe algo más deseable que la alegría sin causa?
¿Alegría sin causa? Sí, sin causa. La alegría entendida como un estado de conciencia que no depende de condiciones externas y ajenas. Un estado lúcido y chispeante que parece brotar desde el alma sin referencias mentales ni promesas vanas. Se trata de vitalidad cristalina que se expresa cálida en el latir de todas y cada una de las células. La “alegría sin causa” es una llama tan íntima y sutil que cualquier frustración o desengaño, ni la ensombrece ni la apaga.
Mientras que tal alegría incondicionada se despliega desde muy dentro, existen otros estados de excitación que también llamamos alegría, totalmente condicionados por el rumbo de las cosas. Se trata de niveles de ánimo que, al depender de factores externos, lejos de afirmarse como estables, oscilan en la marea emocional, afectados por el vaivén de sus opuestos, la euforia y la tristeza.
La “alegría sin causa” no tiene opuesto en el péndulo porque la fuente de la que se nutre es la mano que sostiene la balanza. Cuando aflora, señala la coherencia de la vida diaria con el propósito central que da sentido a nuestra existencia. ¿Conoce usted el propósito de su vida?, ¿se formula alguna vez tal pregunta? El hecho de saber que estamos realizando el propósito por el que sentimos estar vivos, no es banal. Saberse inmerso en él, produce un nivel de alegría capaz de permanecer por encima de muchas penas y pérdidas que encogen nuestro corazón en el camino de la vida.
A veces, nuestro propósito consiste en gozar sirviendo al alivio de los demás seres y en ser útiles al desarrollo y bienestar de las personas. ¿Cómo se sintió, por ejemplo, el inventor de la penicilina al descubrir semejante bien para generaciones venideras? Tal vez, sabemos que aquello que hemos encontrado de valioso y reparador merece ser compartido y devuelto a todo ser que a nuestro lado pasa. Muchas personas, con una vida exclusivamente prosaica, tras enfrentar una no casual crisis que todo lo desmantela, despiertan a valores que los tornan sensibles a la compasión y la ayuda de los que menos esperan. Son seres que ya oyen ecos de sus almas señalando cómo servir al otro y apoyar lo que éste anhela. Se diría que tienen un sentido afinado para captar las profundidades de las personas que conectan. Seres que, desde pequeños, sienten la tendencia de servir a los seres vivos en el alivio de sus dolores, haciendo más llevaderas sus cargas muchas veces subterráneas y silenciosas. A base de expresar lo que de sus corazones brota, van descubriendo un sentido en la vida que anhela satisfacer la vocación de servicio al alivio del malestar y al cultivo de una paz hermanada.
Son personas que, aunque sus rostros no tengan arrugas, a veces, parecen muy viejas. Su sentido del dolor humano y la facilidad con que se ponen en el lugar de otras, las convierte en benefactoras anónimas en permanente servicio, algo que les supone la razón de ser de sus vidas. Se trata de los “nuevos servidores del mundo”, personas que más parecen haber caído de alguna estrella. Casi todo el mundo conoce una y también casi todos esperan de ellos la energía que desprende la lucidez de sus miradas. Si alguien les formula, ¿qué sentido tiene para ti la vida?, lejos de responder conceptos típicos como placer, fama y riqueza, contestan unánimes que servir es su alegría, servir de una y mil formas, ayudando a progresar a todos aquellos que pasan, no casualmente, por sus vidas.
José María Doria, de su libro Inteligencia del Alma
No hay comentarios:
Publicar un comentario