martes, 24 de abril de 2012
Relajación
El secreto de la felicidad es muy sencillo. Deja de pedirle cosas a este momento. Cada vez que le pides algo, o que te libre de algo, sufres. Tus peticiones te mantienen encadenado al estado de ensoñación de la mente condicionada. El problema estriba en que, cuando pides algo, pierdes por completo lo que es en este preciso momento.
Debemos deshacernos de cualquier solicitud, incluso de la más sagrada, incluyendo nuestra demanda de amor. Si estás exigiendo amor sutilmente, aunque lo obtengas nunca será suficiente. En cuanto pase ese momento, la exigencia se reafirmará y necesitarás amor otra vez. Pero cuando te relajas, en ese instante sabes que el amor ya está ahí. La mente tiene miedo de dejar de pedir porque piensa que no hacerlo implicaría no conseguir lo que desea, como si el hecho de pedirlo sirviese de algo. Las cosas no funcionan así. Deja de perseguir la paz y el amor, y tu corazón se llenará. Deja de intentar ser mejor persona y serás mejor persona. Deja de intentar perdonar, y el perdón surgirá. Detente y quédate quieto.
La realización súbita consiste en abandonar cualquier tipo de exigencia, tanto hacia ti como hacia los demás, en este preciso instante. Lo único que hay que hacer es dejar de pedir durante una décima de segundo. Si lo haces indefinidamente será muy sencillo. Pero si experimentas un momento trascendente y después empiezas a pedirte cosas, y a pedirle cosas al mundo, la verdadera naturaleza del ser se oscurecerá y regresarás a la confusión. Es como si estuvieras buscando la joya de tu bolsillo y siguieras insistiendo en ser un mendigo. Cuando dejas de insistir y te vuelves a meter la mano en el bolsillo, te das cuenta de que el ahora te proporciona una plenitud tremenda, y que esta plenitud no es el resultado de nada.
La belleza del Ser reside en que no depende de ninguna adquisición, ni de tenerlo en alta estima, ni de verlo o percibirlo. Se trata de la belleza intrínseca de lo que eres, de esa dicha interior. Si quieres experimentar esto profundamente, deja que cale en ti, no como respuesta sino como pregunta.
«¿Es posible que yo sea ya esta dicha? ¿Es posible que lleve tanto tiempo confundido, definiendo mi valía en función del papel social que interpreto en la vida? ¿Me he equivocado y he pasado por alto la dicha oculta que está presente en la naturaleza de todos los seres?»
Como no la podemos tocar, creemos que está oculta, pero en realidad esta dicha no está escondida. Sólo vemos la estructura de la mente, así que la pasamos por alto y no vemos qué es lo que posibilita esta estructura. Nuestras estructuras de creencias, de incredulidades, de emociones... todas nuestras estructuras internas y externas surgen y desaparecen. Lo único que permanece es el espacio que está despierto. Y tú tienes mucho más espacio que estructura.
Lo único que no se puede adquirir es lo que tú eres. En eso reside su belleza. Puedes conseguirlo todo, excepto a Dios. No puedes adquirir a Dios. Lo único que puedes hacer es dejar de mentir y darte cuenta de que tú eres Dios. A esto lo hemos llamado la muerte del ego, pero esta dramatización sólo le confiere cierta ridiculez al asunto. El ego no es más que el movimiento de la mente, que está intentando adquirir algo continuamente: amor o Dios, dinero o un juguete nuevo. La mente siempre piensa que existe algo que puede hacerla más feliz.
Lo único inalcanzable para el ego es tu verdadera naturaleza. Aunque obtenga un centenar de experiencias espirituales, no podrá adquirir lo que en verdad eres. No podrá adquirir la esencia de este momento, pues es lo único que permanece. La realización consiste en darse cuenta de esto. Nos hacemos conscientes de lo que es, lo que fue y lo que siempre será. Cualquiera que haya tenido un vislumbre de iluminación se sorprende con esto, pues se da cuenta de que siempre ha tenido lo que llevaba buscando toda la vida.
Es como si un mendigo se encontrase una joya en el bolsillo. Tal vez no se había tomado la molestia de meterse la mano en él porque se pasaba el tiempo metiéndola en el bolsillo de otro. Esto es lo que sucede a nivel espiritual cuando ponemos la mente o la mano en el bolsillo del gurú. Descubrimos el diamante que tiene en su bolsillo y nos encanta estar con él. Pero esto no sirve de nada si después no eres capaz de escuchar cuando te diga: «Mira también en tu bolsillo. Busca en su interior y descubrirás la misma gema».
Debes estar preparado. Tienes que estar dispuesto a dejar de meter la mano en el bolsillo de los demás. Si no, aunque estés mirando directamente esa parte de tu ser en este instante y digas «vaya, qué agradable», seguirás buscando el diamante de alguna otra persona. He conocido muchos casos de personas que son incapaces de detenerse a pesar de haber comprendido, hasta cierto punto, quiénes son. Tienes que estar dispuesto a dejar de interpretar tu papel consabido. Independientemente de lo que persigas (amor, dinero o la iluminación), tu identidad se transforma en eso y conoces el mundo así. Aunque encuentres la joya más preciada del ser, si no estás dispuesto a liberarte de tu identidad seguirás sacrificando esta joya preciosa a cambio de tus sensaciones.
¿Cuántas personas han permanecido demasiado tiempo en una mala relación, a pesar de que no funcionara, debido a que no sabían qué sería de ellos si la abandonaban? Esta tendencia funciona por todas partes con pensamientos del tipo «voy a quedarme en este trabajo: lo odio, pero me voy a quedar»; o «yo soy el que está persiguiendo algo, ¿qué sería si dejase de hacerlo?». Este juego está muy extendido, y los seres humanos lo utilizan para evitar entrar en contacto con su ser verdadero. Tú eres un misterio increíble, y nunca podrás entenderlo. La alegría más grande reside en ser este misterio de un modo consciente.
Estar dispuesto a salir de la rueda de convertirse en algo es tan importante como darse cuenta de quién y qué eres. Serás feliz y libre, pero tu partida habrá terminado. Durante algún tiempo tal vez no sepas hablar con la gente ni qué hacer, y tu vida probablemente deje de parecerte familiar. Es una forma de ser muy misteriosa. Mi maestro decía que cuando te das cuenta de lo que eres, te conviertes en una especie de Buda bebé. Cuando has estado tan ocupado siendo otra persona, no sales del útero sabiendo quién eres. Es como si hubieras dado unos primeros pasos tambaleantes, pero tienes que estar dispuesto a tambalearte y a sentir alguna inseguridad, pues si no estás dispuesto a sentirte inseguro volverás a los viejos patrones de autoprotección y de búsqueda.
Amar lo que es resulta raro. Lo habitual es amar unas cosas y no otras. Pero cuando experimentas el amor hacia lo que es, sin más, la experiencia es también extrañamente familiar. Es como si supieras que había sido así siempre. Parece una sensación muy antigua y, sin embargo, acaba de nacer.
Antes había monasterios, instituciones socialmente reconocidas donde los bebés Buda podían descubrir sus piernas. Eran lugares protegidos donde había personas que sabían lo que sucedía. Hoy en día muchos seres están despertando, más de los que pueden albergar los monasterios. Se nos está yendo de las manos. En parte porque no tenemos una comunidad bien tejida, protegida y sagrada, que sostenga esa novedad y te diga que no te preocupes porque todo se aclarará al cabo del tiempo. En nuestras sociedades, poco tiempo después de que el recién nacido ser sagrado despierte, suena el despertador a las siete de la mañana y llega la hora de irse a trabajar. Es un poco desorientador. Y, sin embargo, es lo que hay. Es lo que tenemos. Por consiguiente, debemos estar dispuestos a dejar que sea como sea. El intento de comprender la realización es lo que más la oculta.
Experimentar la realización de nuestro ser y seguir experimentándola después, cada vez más profundamente, es algo poderoso. Esta realización sigue una maduración natural en relación a su funcionamiento en el mundo del tiempo y el espacio, pero no se hace presente de golpe. Debemos confiar en su maduración, de la misma forma en que confiamos en la transformación de los bebés en niños, de los niños en adolescentes y de los adolescentes en adultos.
Adyashanti, de su libro "La Danza del Vacío"
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