A menos que uno haya caído sin intentarlo y sin esfuerzo previo en un estado de iluminación de la consciencia, tal como ocurrió con algunos santos como Ramana Maharshi durante su adolescencia, la ruta más común es comenzar por desear el estado iluminado. Buda decía que aquellos que oyen hablar y saben de la iluminación ya nunca se sentirán satisfechos con nada más que con ella, por tanto, el fin es seguro.
A veces el buscador se esfuerza mucho y pone gran perseverancia en su empeño, tras lo cual llega el desánimo. En este estado, el ego asume que hay un “yo” que busca un “eso” (el estado de iluminación), y así intenta redoblar sus esfuerzos.
Tradicionalmente lo senderos que lleva a Dios pasan por el corazón (el amor, la devoción, el servicio desinteresado, el sometimiento, el culto y la devoción) o por la menta (Advaita o el sendero de la no dualidad). Cada sendero puede parecer más cómodo en un momento u otro, o pueden alternarse en el énfasis que se pone en ellos. Sea cual sea el camino, el obstáculo estriba en pensar que es un yo personal, un “yo” o un ego el que está haciendo el esfuerzo, el que está buscando, o que es él el que tiene que ser iluminado. Es mejor darse cuenta de que no hay tal ego o tal identidad del “yo” que haga o busque nada, sino que es un aspecto impersonal de la consciencia el que lleva a cabo la exploración y la búsqueda.
Sería más adecuado el enfoque de dejar que el amor de Dios reemplace a ese impulso deliberado que está dirigiendo la búsqueda. Uno se puede liberar de todo deseo de búsqueda y darse cuenta que la idea de que hay algo más aparte de Dios no es más que vanidad. Es la misma vanidad que reivindica la autoría de las propias experiencias, pensamientos y acciones. Con la adecuada reflexión, se puede ver que tanto el cuerpo como la mente son el resultado de innumerables condiciones del universo, y que uno es, en todo caso, el testigo de esta concordancia. A partir de un amor a Dios sin restricciones, surge la disposición a someter todas las motivaciones salvo la de servir a Dios de la forma más completa.
Ser sirviente de Dios se convierte así en la propia meta, más que la de la iluminación. Ser un canal perfecto de amor de Dios es rendirse completamente y dejar a un lado la búsqueda de una meta por parte del ego espiritual, y el gozo se convierte en el indicador del posterior trabajo espiritual.
A partir del gozo y de la humildad, el resto del proceso viene solo. Uno se da cuenta de que el proceso de búsqueda espiritual, en su totalidad, está activado por la atracción del destino último por tomar consciencia del Yo, más que verse impulsado por un ego limitado. En lenguaje ordinario, se podría decir que uno está siendo estirado hacia el futuro, en vez de ser impulsado por el pasado.
David R. Hawkins, de su libro “El Ojo del Yo”
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